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Breve crítica a la modernidad: ¿el orden o la deshumanización racional?

  • Julián David Moreno
  • Oct 22, 2017
  • 5 min read

"¿Cómo se puede hablar de sociedad moderna si no se reconoce al menos un principio general de la modernidad?" (Touraine, Alan. 1993. pp. 23). Las sociedades modernas, son, esencialmente, modernas, porque se reconocen y se identifican con ciertas características que la configuran frente a un momento histórico particular. Estas particularidades son nuevas puesto que no adquieren doctrinas religiosas ni teológicas para iniciar una búsqueda del conocimiento, simplemente son eliminadas ya que no corresponden a ningún tipo de actividad racional. Ahora "la idea de modernidad sustituye en el centro de la sociedad a Dios por la ciencia" (Touraine, Alan. 1993. pp. 24), y de esta forma las nuevas bases para todo tipo de organización social van a girar en torno a una racionalidad que permita ordenar y categorizar todo. Es decir, la razón no es solo ciencia y técnica, sino también gobierno y administración; por lo tanto la modernidad implica, inherentemente, un proyecto de sociedad meramente racional: capaz de ordenarse y construirse a sí misma a través del medio más loable y efectivo, el pensamiento científico.

Ahora bien, siendo la modernidad un proyecto de sociedad racional, debe entonces abarcar "lo social" desde un punto de vista científico. Es decir, debe existir una manera de aprehender el hecho de las relaciones sociales y políticas en los humanos desde la actividad racional: es aquí donde surgen, de manera intangible, las ciencias sociales. Ellas son las encargadas de comprender al humano en tanto ser social y político que se construye dentro de "lo social". Pero, ¿qué implica que ahora el humano se entienda como un ser social y político? Esto deviene en una concepción nueva, ya que no somos solo entes vacíos sin capacidad de generar progreso, es más, es en este punto donde se genera una conciencia del progreso social; puesto que ahora somos también filósofos, y "ese poder legislador que reside en la mente de todo hombre" (Bauman, Zygmunt. 1998. pp. 43) es el único que puede guiarnos por el complejo camino que implica el progreso. Y así, observando las bases del pensamiento moderno, podemos entender el tecnocentrismo de la modernidad, que, en última estancia, termina construyendo el aparato más útil para configurar ese proyecto de sociedad racional ordenada: el Estado, o mejor aún, el Estado Moderno.

Un orden social, idea moderna, debe ser controlado por un ente que siga la luz de la razón: es así como surge el Estado moderno. Su fin último no es otro sino el de generar una utilidad social, esto quiere decir que debe asegurar que las personas capaces hallen un lugar en la sociedad; mientras que aquellas que no generen utilidad deberán ser eliminadas sistemáticamente, ya que no hacen parte de ese orden que se busca. Hay aquí un esfuerzo por "convertir la filosofía en una fuerza material" (Bauman, Zygmunt. 1998. pp. 51), y así configurar una visión reducida de las personas en tanto que no son individuos únicamente, sino que son partes funcionales dentro de un sistema-estado productivista. Ahora surge un "otro" dentro del pensamiento moderno: aquel que no entienda los valores modernos es entonces un bárbaro e irracional, y debe ser eliminado. Todo esto permite la creación de una concepción nueva del estado, la del "Estado Jardinero: aquel ente capaz de elegir las buenas plantas y de suprimir las malas hierbas" (Bauman, Zygmunt. 1998. pp. 51). Ya el pensamiento moderno sujeta, en este momento, a los sujetos, y por esto su tarea de ordenar no debe admitir "otros", bárbaros e irracionales que no permitan el progreso de la humanidad.

¿Por qué no admite un "otro" la modernidad? La conciencia del humano como ente social establece que, ahora, la voluntad individual está sometida a la colectiva. "La vida privada y la pública deben estar separadas como deben estarlo las fortunas privadas del presupuesto del estado o de las empresas" (Touraine, Alan. 1993. pp. 24), para así asegurar, irrevocablemente, que haya un progreso como sociedad y no como individuos. Esta maquinaria filosófica entonces no puede permitir que aquellos que no entienden detengan todo, sino todo lo contrario, es fácil ver que deben ser suprimidos sistemáticamente; surge entonces ahora una deshumanización racional. La actividad racional es la que categoriza qué sirve y qué no, y el Estado, por lo tanto, se encarga de ello. "Desde que la subordinación constante de la imaginación a la observación ha sido reconocida unánimemente" (Comte, Auguste. 1844. pp. 31) no existe ambivalencia, ya que todo puede ser comprobado científicamente, y por esto mismo, se pueden afirmar leyes sobre el entendimiento de lo social. Ahora no existen varios individuos, sino solo aquellos que son útiles y modernos, y otros que son bárbaros e inútiles. Comte, en su Discurso sobre el espíritu positivista, menciona que "considerando el destino constante de estas leyes se puede decir, sin exageración alguna, que la verdadera ciencia [...] sustituye aquella previsión racional" (Comte, Auguste. 1844. pp. 31), y con esto sienta las bases la ciencia social como una actividad científica que debe "ver para prever" (Comte, Auguste. 1844. pp. 32).

Todas estas visiones, que son relativas, buscan un sistema mundo capaz de lo "uno", de algo superior que es el individuo estrictamente racional; por esta razón se entiende el orden artificial del proyecto moderno como un proyecto sesgado e injusto puesto que "escinde el mundo de lo humano en un grupo desde el cual se erigirá el orden ideal y otro que se divisa como el cuadro de un paisaje" (Bauman, Zygmunt. 1998. pp. 65). La modernidad despojó el derecho al sujeto moral y lo convirtió en un engranaje de la maquinaria socio-política, lo convirtió en un mero instrumento; por eso la idea de lo moderno debe comprender la deshumanización racional, ya que todo hace parte de un plan de ordenamiento, y "ordenar es esencialmente una actividad racional. Acorde con los principios de la ciencia moderna y, en general, del espíritu de la modernidad" (Bauman, Zygmunt. 1998. pp. 66).

Por tales razones considero que es tiempo de parar, de reflexionar y construir una opinión crítica frente a este mundo que se viene: que es y que será. Este mundo que, como creía Berkeley, es erigido por la voluntad de las almas, lo construimos y lo construiremos basados en nuestros actos e ideas. Reflexionar acerca de dicha racionalidad que tenemos los humanos, pues, ¿es verdad que somos meramente racionales? La historia y sus largas cadenas nos dicen otra cosa, y es momento de aprender del pasado, para así, elaborar ese sueño de las almas que llamamos realidad.

Bibliografía

Bauman, Z. (1998). Modernidad y ambivalencia. Anthropos Editorial.

Comte, A. (1844). Duscurso sobre el espíritu positivista. Paris.

Touraine, A. (1993). Crítica a la Modernidad. México: Fondo De Cultura Económica.

 
 
 

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