Henry Thoreau: del deber de pensar a Colombia
- Julián David Moreno
- Jul 18, 2018
- 4 min read
“Yo creo que debiéramos ser hombres primero y ciudadanos después. Lo deseable no es cultivar un respeto por la ley, sino por la justicia”.
Thoreau, Henry David. Del deber de la desobediencia civil.
Hace poco tuve la oportunidad de leer un gran libro escrito por un estadounidense, éste se llama “Del deber de la desobediencia civil”. He de decir que mi conclusión no es otra sino la que he elegido como título, la de pensar y repensar al país en donde vivimos. Henry David Thoreau, el autor de este libro, es conocido por ser uno de los ideólogos del anarquismo pacifista, no obstante, yo agregaría otro valor a su nombre: es también un filósofo puesto que decidió hacerle frente a los problemas de su tiempo de la manera más sensata, es decir, cuestionando.
Thoreau vivió en el siglo XIX, en esa época Estados Unidos se había lanzado en una guerra contra México, entre 1846 y 1848. Tal guerra estuvo motivada por meros intereses económicos: la ampliación de los territorios en los estados del sur significaría un aumento de la producción de algodón entre otros productos. Aquí, justo en este momento, es cuando Thoreau decide escribir este pequeño texto que, a mi forma de verlo, es un libro anacrónico en tanto que decide pensar los límites del poder. Su intención no es otra sino la de desenmascarar esa gran utopía llamada “Estado” que, en boca suya, “no tiene ni la vitalidad ni la fuerza de un solo hombre”.
Ahora bien, ¿qué relación tiene su escrito con la situación política y social de Colombia? Bueno, es bien sabido que existe un conflicto entre el Estado y la poca o nula protección y soberanía que ejerce sobre territorios alejados. Los asesinatos a líderes sociales son, por supuesto, más que alarmantes. Sin embargo este artículo no busca señalar culpables, por el contrario, aspira a una sensibilización de todos los sectores. ¿Cómo es posible que usted, lector, sea tan culpable como yo y todos los demás? A esto Thoreau también nos dará grandes luces.
El mero hecho de asesinar es, desde la ley y el sentido común, un acto reprochable. Thoreau, que pudo ver como su Estado prefería invertir sus impuestos en armas y municiones, prefirió alejarse de las ciudades e irse a vivir sólo en una cabaña en el campo. Decidió ser autosuficiente antes que aliarse con una Institución que usaba el dinero de sus ciudadanos para armarlos y enviarlos a morir, ¿no es eso acaso lo que sucede también con muchos colombianos? Es evidente que no todos vamos a la guerra, pero, ¿sabemos en qué y cómo se invierte realmente nuestro aporte económico? Esta fue una cuestión que Thoreau asumió con amplia perspectiva moral pues dedujo que al ser más importante la ley que la conciencia, “incluso los bienintencionados se convierten a diario en agentes de injusticia”. Pero, ¿cómo es esto posible?
Thoreau desdeñó una certeza: si el Estado decide por nosotros, ¿para qué pensamos nosotros? Vemos filas y filas de hombres que, uniformados, empeñan un arma. “De este modo la masa sirve al estado”, anota, “no como hombres sino básicamente como máquinas, con sus cuerpos”. El Estado parece, incluso hoy día con mayor fuerza, controlarlo todo: nuestros recursos, nuestros espacios, nuestros límites… a esto respondería Thoreau: ¿entonces para qué tienen los hombres su propia conciencia? Con esto el escritor acusa al Estado de ser un ente maligno pues deshumaniza e instrumentaliza a las personas.
El hecho de ver que hay personas que son asesinadas por defender los derechos y exigir condiciones dignas para sus comunidades es decepcionante para un Estado que alega ser “democrático e incluyente”. Sin embargo, diría Thoreau, es algo que no nos debería sorprender por una sencilla razón: el Estado Moderno, tal como en el que habitamos nosotros, es una Institución que vive de la pereza. Thoreau refiere: “las votaciones son una especie de juego […]. Incluso votar por lo justo es no hacer nada por ello”. Y ojalá que estas palabras resuenen y resuenen largas horas en sus cabezas porque eso, muy a pesar de los efectos que tienen los mecanismos de participación política, es algo muy cierto.
No olvidemos nunca que existen personas valientes que alzan sus voces y depositan sus esperanzas en un sistema política llamado Estado, del que hacemos parte todos, pero que con el paso de los días y conforme a que nuestra vida trascurre se va esfumando y parece quedar en mano de unos pocos. No hay mayor acto político que detenerse un momento a pensar qué sucede con nuestros impuestos, qué sucede con nuestros hermanos que mueren lejos de la ciudades, qué sucede con nuestro vecino, qué sucede dentro de nuestra familia, etcétera. Cada acto, por pequeño que sea, tiene un carácter transformador porque nos enfrenta a nosotros mismos y pone en tela de juicio nuestras propias creencias.
Así, pues, creo que la voz de Thoreau debe estar ahora más presente que nunca. No se trata de hallar culpables porque los culpables somos todos, se trata de emprender acciones y de generar opiniones liberadoras que no instrumentalicen ni sometan al otro, a nuestros demás ciudadanos que han alzado su voz de manera pacífica exigiendo que se hagan las cosas como ellos creían que debían ser.
Trabajos citados
Thoreau, H. D. (2017). Del deber de la desobediencia civil. Bogotá: Taller de Edición ROCCA.
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