El prominente sistema de estándares morales y sus contradicciones lógicas.
- Daniel Sanchez
- May 20, 2018
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Las leyes y las prácticas sociales jamás van a poder ser un indicador certero sobre el bien y el mal. Lo hemos visto múltiples veces a lo largo de la historia, en la que las leyes velaban por las injusticias y las desigualdades, y la opresión era la regla más que la excepción. Remitámonos a la antigua Grecia, en donde existían siervos y hombres libres; a la edad media, con una pirámide jerárquica que posicionaba a unos por encima de otros; a la época de la conquista, cundo los negros eran esclavos por defecto y propiedad del hombre blanco; a toda la historia, en la que la mujer ha sido siempre violentada simbólicamente e invisibilizada; a este mismísimo siglo, en el que los homosexuales son gente enferma. La lista sigue y sigue. El punto es que en algún momento estas condiciones fueron consideradas normales y absolutas, y fueron avaladas por las leyes. Eran indiscutibles. Pero, espero, es obvio que distan de ser moralmente correctas. La moral y las leyes han ido siempre por caminos distintos.
Teniendo esto presente, que ciertas prácticas sean socialmente aceptables, no las exime de perversión e incorrección. Afortunadamente con el pasar de los años, esta premisa ha ido tomando mucha más fuerza y como producto tenemos a nuevas generaciones que, en mi opinión, son más críticas respecto a la moralidad de tales leyes sociales. Los movimientos LGTBI, feministas, raciales, entre otros, se van visibilizando cada vez más. La moral ha entrado en discusión y la gente comienza a notar que la opresión, la invisibilizacion, y la violencia son temas barbáricos que deben quedar en el pasado. Jamás ha existido una sociedad tan incluyente como la de ahora, o al menos con tantos proyectos de ser incluyente. Si bien aún queda un largo camino por recorrer, no podemos negar el acto en potencia que implica la nueva moral del siglo XXI.
Y más allá de hacer una lectura de los valores morales que han existido hasta la actualidad, lo que pretendo es descartar la creencia de que las leyes y las prácticas sociales dictaminan la moral, justifican los actos y que son indiscutibles. No obstante, independientemente de las leyes, creo que existe una ética, que es la reflexión de la moral, a la que podemos llegar a través de los sentidos y la razón. También considero que el siglo XXI ha traído consigo una estandarización moral, pues en colectividad tenemos ya ciertas predisposiciones morales, creencias que guían nuestro comportamiento y nuestro pensar. Por ejemplo, ahora mismo no sería difícil encontrar a una persona que creyera en la igualdad de género, que reciclara y tomara duchas cortas para reducir su huella de carbono, que creyera que donar a la caridad es deseable y que los niños del mundo no mueran de hambre. El experimento es fácil: pregúntenle a cualquier persona sobre estos temas y hay una altísima probabilidad de que se tenga una posición de empatía frente a estos, aunque no se haga mucho al respecto.
Pero pensemos en un caso más drástico: encontrar personas que firmemente crean que matar está bien. Obviamente hay excepciones, hay gente que no posee ni el mínimo rastro de empatía y que incluso tiene impulsos de herir y asesinar seres vivos; a esta clase de personas se les conoce como sociópatas y son indeseables para la sociedad. Es preciso tener lo anterior en cuenta al momento de cuestionar las inconsistencias entre la moral y la praxis colectiva. No obstante, el punto es que existe una conciencia colectiva, con fundamentos sólidos, y estándares morales que premia y repudia cierto tipo de comportamientos y pensamientos. Con los extremos propuestos ya se puede inferir una definición de esta tal moral colectiva. Bajo el supuesto de que esta conciencia colectiva se está proliferando y está presente en una gran cantidad de personas, este ensayo tiene como propósito cuestionar la consistencia entre los estándares morales y las acciones cotidianas, específicamente con el consumo y la explotación de animales no humanos. Pues hay una gran inconsistencia tanto lógica como ética en las creencias morales y en la praxis de estas.
A este punto ya podemos afirmar que el hecho de que sistemáticamente se asesinen aproximadamente 9.2 billones de animales cada año[1] (sin contar los animales acuáticos) para consumo humano (Farm Animal Statistics: Slaughter Totals, 2015) , y que esté socialmente aceptado, no hace de esta práctica algo moralmente correcto. Ya que no es menester de este ensayo debatir cuestiones filosóficas sobre el bien y el mal en un sentido absoluto, el tema del consumo de animales no humanos se mantendrá siempre bajo el marco de la moral colectiva.
El primer argumento que ya por obvias razones vamos a descartar es el de que siempre se ha hecho así, pues no significa que esté bien. Ahora, si bien es cierto que el ser humano es una criatura omnívora que necesita un amplio rango de nutrientes, y que en tiempos pasados necesitó de la carne para su supervivencia, estamos viviendo en nuevos tiempos. Nuestra generación, al menos en los países menos subdesarrollados, jamás se ha visto enfrentada a la escases de alimento. La agricultura y el comercio han avanzado tanto que si disponemos de los medios, jamás va a faltar un plato de comida en la mesa. Además, se ha demostrado una y otra vez que el ser humano puede prosperar en una dieta que excluya todo tipo de producto animal, inclusive puede ser beneficiosa para la salud. Las dietas veganas bien planeadas son apropiadas para cada etapa de la vida de un individuo, incluyendo niñez, adolescencia, gestación y lactancia (WJ1, AR, & Association, 2009). Aunque las implicaciones de salud no le competen a este ensayo, es preciso resaltar que el consumo de productos animales no es necesario para la salud del ser humano. Al no ser necesario ni vital para el ser humano, este, como actor decisorio, se ve mucho menos condicionado a la hora de razonar y considerar los cursos de acciones que puede tomar.
Siendo esto cuestión de elecciones éticas, que distan de tener algo que ver con la supervivencia y la conservación de la especie humana, comencemos. Dentro de los pilares básicos de todo estándar moral se encuentra, por defecto, la prohibición de matar. No hay que ser un experto en temas ético-morales para saber que matar es casi injustificable. Sin embargo para sustentar que matar está mal esta debemos remitirnos a los principios éticos que fundamentan la igualdad entre los seres humanos. Este fundamento está avalado desde las bases de toda idea democrática y sobretodo está avalado por la moral colectiva. Todos los movimientos mencionados y los proyectos de inclusión social que cada vez vemos más latentes en nuestra sociedad tienen como fundamento el principio de igualdad. Lo que buscan es que cada ser humano, independientemente de sus capacidades, de sus medios, de su género, raza, entre otros, tengan la misma consideración y se le respeten todos sus derechos.
Si estamos de acuerdo con el principio de igualdad, ya encontramos la primera inconsistencia: el principio de igualdad humana exige que también se extienda y se entre a considerar la igualdad de los animales. Esta premisa es una presa fácil de la parodia o de la falacia hombre de paja. Dirían que pronto los burros comenzarían a votar y las ratas se lanzarían a la presidencia (esperen…), pero el principio de igualdad no presupone que todos tengamos el mismo trato, sino que exige que todos tengamos la misma consideración (Singer, 2008). Esta consideración se refiere a los intereses que tienen los individuos para que estos intereses no sean vulnerados. Un ser humano en sociedad ciertamente tiene intereses para la participación política y por esta razón tiene derecho al voto. Una mujer tiene intereses de tener libertad sobre su propio cuerpo y por esta razón delibera para conseguir el derecho a abortar. Ya que un hombre no puede abortar, sería ilógico alegarle un derecho al aborto solo porque las mujeres lo tienen. De la misma forma sería ilógico alegar para que los animales tengan derecho al voto y a la participación política, ya que no está dentro de sus intereses. Este argumento no hay que ridiculizarlo ni llevarlo al extremo, es completamente razonable. Para discutir los intereses de los animales no debemos preguntarnos si los animales pueden razonar, ni tampoco si pueden hablar, sino ¿pueden sufrir? (Bentham, 2008)
La capacidad de sufrir no es solo necesaria, sino también suficiente para que podamos decir que un ser tiene intereses (Singer, 2008). Increíblemente nos hemos abstenido inclusive de creer que los animales pueden sufrir. Aún más increíble es que se hayan tenido que hacer estudios sobre el tema para concluir que, en efecto, un animal tiene la capacidad de sufrir. “En el reino unido, tres comités gubernamentales distintos, expertos en el tema de los animales, aceptaron la conclusión de que los animales sienten dolor” (Singer, 2008, pág. 29) basados en la evidencia tanto fisiológica como anatómica. Al parecer hay que ver a un animal no humano retorcerse y chillar repetidas veces ante estímulos abusivos, disecarlo y ver su sistema nervioso como para concluir semejante afirmación. En suma, bajo esta reconstrucción del principio de la igualdad que se lleva el protagonismo de la moral colectiva, desde que los animales tienen intereses, aunque sean los más mínimos, se les debe brindar la misma consideración, la cual es simple y llana: no matarlos.
Cualquier intento de poner los intereses de los animales no humanos por debajo de los intereses de los seres humanos incurriría en una contradicción lógica y moral. Normalmente esta jerarquización de intereses se basa en un criterio de capacidades que consideramos superiores o inferiores. El hecho de que los humanos posean capacidades intelectuales y de razonamiento superiores a la de los animales y que esta sea razón suficiente para justificar el asesinato masivo y sistemático de estos, implicaría también la justificación de una serie de actos que la moral colectiva repudiaría y consideraría atroces. Por ejemplo, este razonamiento justificaría completamente el asesinato de personas discapacitadas, con problemas cognitivos y niños enfermos. Este ejemplo se cae por su propio peso. Todas las formas de opresión que han existido en la historia de la humanidad se han basado en la idea de que los intereses de unos individuos priman sobre los intereses de otros, basándose en la idea de que los primero tienen mayor valor debido a sus capacidades; se aplicó a la mujer, al negro, al pobre, y todavía se aplica sobre el animal no humano. Es la manifestación de la injusticia en su forma más pura. Es la contradicción del principio de igualdad en su máxima expresión.
Lo más irrisorio de la sociedad actual y de la moral colectiva es que de hecho tenemos la capacidad de relacionarnos con los animales. Existen, de hecho, los derechos de los animales y colectivos que velan por ellos y que están en contra del maltrato animal. Gran parte de la sociedad tiene una mascota de compañía, el cual hace parte de la familia, con el cual son capaces de simpatizar, al cual son capaces de llegar a amar. Es aquí, en este ámbito, donde se marcan las líneas más irracionales, descaradas, y subjetivas de la moral colectiva. Gente del occidente repudia el festival de china en donde comen perros mientras que en el almuerzo disfruta sus chuletas de cerdo. Gente lleva a su gato al veterinario muy preocupado por la enfermedad que tiene mientras que la cena navideña se festeja con pavo relleno. La gente hace recolección de firmas para que se prohíban las corridas de toros mientras pagan para que en el matadero sigan matando becerros. Los niños lloran desconsolados por la muerte de su perro y los padres para calmarlos los llevan a comer pollo frito. Al igual que las injusticias en el mundo, los ejemplos de contradicciones siguen y siguen.
De nuevo, todos estos ejemplos se caen por su propio peso. Las palabras no son necesarias para ver qué contradicción tan absurda se presenta dentro de la moral colectiva. Se argüiría que está bien comer ciertas especies, pero desde un inicio se descalificó el sesgo de la tradición y las leyes sociales, como también caería en una contradicción del principio de la igualdad que fundamenta la moral colectiva. Llevándolo a otro caso, hay gente que incluso simpatiza con los animales que institucionalmente está bien comer. Estas personas se enternecen con los animales, no portaría ver que alguien les hiciera daño… a menos de que se haga en una habitación cerrada, avalado por las leyes y el comercio.
En conclusión, los fundamentos de la moral colectiva que se han visto tan latentes en nuestra sociedad actual se mantienen abstractos en una idea que añora la justicia y la igualdad. Lamentablemente, distan de ser consistentes con la praxis colectiva y sufre de unas abruptas contradicciones en el ámbito del consumo de los animales no humanos. Creo firmemente que estas contradicciones no provienen de la mala fe, como también creo firmemente que, como sociedad, estamos progresando en estos temas ético-morales, de la justicia y la igualdad. Lejos de buscar un retroceso, lo que podemos hacer es aceptar con humildad las imperfecciones de nuestra lógica y nuestra ética, y con un trabajo autocritico comenzar a trabajar en estas fallas.
Bibliografía
Bentham, J. (2008). En P. Singer, Liberación animal (pág. 23). Nueva York: Taurus.
Farm Animal Statistics: Slaughter Totals. (25 de Junio de 2015). Recuperado el 18 de Mayo de 2018, de The humane society of the united states: http://www.humanesociety.org/news/resources/research/stats_slaughter_totals.html?referrer=https://www.google.com/
Singer, P. (2008). Liberación animal. Nueva York: Taurus.
WJ1, C., AR, M., & Association, A. D. (Julio de 2009). Position of the American Dietetic Association: vegetarian diets. Recuperado el 18 de Mayo de 2018, de pubmed.gov: https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/19562864
[1] Datos estadísticos del año 2015
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