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La democracia participativa: una posible crítica al nihilismo

  • Julián David Moreno
  • Jun 27, 2018
  • 6 min read

“El amor al pueblo es vocación de aristócrata. El demócrata no lo ama sino en período electoral”. Gómez Dávila, Nicolás. Escolios a un texto implícito. Aforismo 26.

Dentro de las muchas cuestiones que puede suscitar el debate sobre la democracia existe una que es importante tener en cuenta: ¿qué es la democracia? La pregunta no es sencilla pero arroja grandes luces si vemos la situación sociopolítica que enfrenta el mundo hoy, quizás la que siempre ha enfrentado: ¿quiénes tienen el poder? De nuevo, la pregunta por el poder abre muchas inquietudes pero sólo veremos el caso particular dentro de la democracia colombiana, es decir, una democracia representativa y participativa.

La democracia quiere decir, etimológicamente, el poder en el pueblo. No obstante, el pueblo es sólo un apelativo para identificar a las personas, al ser humano. ¿Pero quién es en realidad una persona? La historia casi siempre pensó que era la categoría metafísica la que definiría esto: el humano es el animal racional, es decir, el hombre de cierta edad y de cierta condición social. La palabra “humanitas” según autores como Heidegger refiere a las artes o las disciplinas que sólo le han sido dadas a la humanidad, al ser humano, por lo que la política es una de ellas. Así, ser humano es ser pensante. Los romanos en su república se autodenominaban “homo humanus” mientras que excluían a los extranjeros llamándolos “homo barbarus”. Esto demuestra que los conceptos de humanidad y civilización tienen estrecha relación en los manejos discursivos, pues ser humano o ser persona es sinónimo de usar la razón o el pensamiento. En suma, lo que demuestra esto es que aunque el poder está en el pueblo, no todos son el pueblo.

En la sociedad actual, por ejemplo, tanto hombres como mujeres mayores de los dieciocho años somos personas, tenemos derecho al voto entre otras cosas. En suma, tenemos una capacidad de razonar que nos permite acceder al sistema de participación política. Así, como vemos, bajo estas premisas la política y cualquier teoría sobre el Estado es una burocracia que busca organizar a un cúmulo de seres humanos y asegurarles una convivencia y una supervivencia medianamente pacífica dirigida por la razón. No obstante, el derecho al voto es sólo un mecanismo de participación política; esta parte sólo refiere a la democracia representativa, veamos ahora aquella parte que refiere al nihilismo y su relación con el concepto de democracia participativa.

En los siglos posteriores al renacimiento surgió el concepto del Estado Moderno. El Estado Moderno es el intento por hacer un espacio donde se llegue a la paz, la felicidad y el esplendor de la razón humana. El Estado busca ordenar, categorizar y darle sentido a toda acción humana. Por esta razón existen conductas contra la sociedad, la moral pública, etcétera; esto demuestra que existe un interés por mantenernos unidos, bajo una mano poderosa que nos proteja y nos asegure la subsistencia siempre y cuando no salgamos de sus reglas. Ese estado ha evolucionado al Estado del Bienestar, el Estado Social de Derecho, como reza nuestra Constitución Política en su primer artículo.

La crítica nihilista a la democracia es que permite que la mayoría elija a los que accedan al poder. Los filósofos cuestionan los razonamientos del vulgo y su capacidad para elegir líderes capaces de tomar el mando de los Estados. El nihilismo es conocido por haber destruido la visión teleológica (1) del universo, por lo que sólo el ser humano, el humano valiente y poderoso que quiere crearle un sentido (superhombre o “übermensch”) al universo debe imponerle su visión a los humanos del rebaño. Este salto suponía dejar de creer en la “Razón”, pues sólo conlleva a consuelos metafísicos como las religiones (cielo e infierno) o las utopías sociales (Marx, Hobbes, Rousseau, etc). Esto, ya que Nietzsche fue un filósofo que se propuso hacer genealogías, es decir análisis de los orígenes y de las raíces tanto del lenguaje como de la moral. En sus análisis concluyó que no nos mueve tanto la razón sino la capacidad de imaginar, por lo que llamó al hombre no un animal racional sino el animal fantástico.Así, análogamente, todo poder científico o filosófico pierde su peso. La Verdad no existe, según Nietzsche, ya que las palabras son inventos o poesías. La vocación del aristócrata entonces es imponerle las facetas al universo: ya que el conocimiento no está sólo afuera, en el mundo, sino que es casi que inventado por la imaginación del humano. De ahí que Gómez Dávila dijera que el amor al pueblo es vocación de aristócrata: pues el pensamiento aristocrático, en sentido nietzscheano, está convencido de que no existe un fin último, de que no hay finales felices ni consuelos que nos eximan de la responsabilidad de la existencia. Así, pues, la responsabilidad del demócrata sólo toma importancia en época electoral, mientras que la actitud aristócrata tiene importancia siempre bajo toda circunstancia puesto que se sabe de antemano que nunca tiene final.

La democracia participativa entonces es, no sólo un pacto social (Hobbes) para evitar el caos y el desorden. Es un modelo que busca que el ciudadano, la persona, tenga mayor poder de creación y elaboración de iniciativas. Es, inevitablemente, el reconocimiento de que el sentido del universo se construye y se enriquece en el diálogo, en la disputa, en el debate, el la diferencia. Aquí el poder no se afirma suprimiendo la visión de los perdedores sino permitiendo que sea escuchada. En resumen, ni siquiera los vencedores tienen el control total (al menos en teoría) de la opinión política.

Quiero resaltar un hecho: el Estado es un proyecto para ordenarnos como seres racionales. Así, pues, la pregunta es: ¿somos seres razonables? ¿Creemos realmente que la razón nos conducirá al progreso y al estado último donde todo será abundancia y felicidad? No. La democracia participativa no es eso. El nihilismo destruyó esa visión del humano como animal racional, estuvo más de acuerdo con llamarlo animal fantástico. En realidad eso somos, animales con la facultad de imaginar, de proyectarnos, de ponernos en el futuro, en el pasado, de vernos a nosotros mismos, etcétera. Reconozcamos nuestras limitaciones, sepamos que el universo no es nunca lo que pensamos, siempre nos faltarán piezas, eso es lo que dice, en primera instancia, el nihilismo. La respuesta a eso, vemos, es la creencia en la pluralidad, la democracia participativa. Esta condición, de nuevo, es nihilista: debemos desligar la idea de razón con la de progreso, apenas si debemos aspirar a siempre querer ser menos idiotas e ignorantes.

Lo que quiero defender es que debemos cuestionar qué es la democracia y cuáles son en realidad los valores democráticos. Sin duda la democracia participativa es creer que el “otro” puede aportarle algo a mi vida, es creer que nosotros solos no podemos. Sin duda nuestras percepciones son siempre limitadas e inexactas, en este sentido podemos creer que la igualdad de oportunidades no es causa suficiente pero sí necesaria para poder ampliar nuestro sentido del universo. La actitud democrática siempre aspira a construir y a ampliar la visión del individuo, ello, ya que pensar es un hecho poético, no lógico.

Sin duda alguna defender la democracia participativa tiene una relación con el nihilismo puesto que procura una postura aristocrática, como pensaba de Nietzsche, que parte por desconfiar de todo, incluso de uno mismo para poder construir el conocimiento. Sepámoslo bien, esta es la época humanista de Nietzsche, pues el filósofo tuvo varias etapas. Ese escepticismo es la base de la “moral de los señores”, que se diferencia de la “moral del rebaño” puesto que no busca un consuelo metafísico sino que se enfrenta a las dudas de esta existencia, se enfrenta a la visión del mundo de los otros. El nihilismo, así como la democracia participativa, hace de la duda y la genealogía su prueba ontológica (2). Con esto quiero decir que dudando, o filosofando a martillazos a la manera de Nietzsche, afirman su propia existencia. Ambos conceptos afirman su poder dejando de lado la certeza y sumergiéndose en la duda infinita de no darle un fin último al universo sino que aspiran a construirse a sí mismo deconstruyéndose a sí mismos. Pues, ¿qué mejor manera de martillarse a uno mismo y al poder que rectificando mis creencias con las del “otro”? Así podremos dejar de divinizarnos a nosotros mismos y crecer reconociendo nuestras limitaciones y nuestra ignorancia.

Notas:

1. Teleología es, etimológicamente, el estudio de los fines. El nihilismo destruyó la creencia de que universo o la vida tuviera un sentido per se, preestablecido, universal o anterior a nuestra existencia.

2.Ontológico quiere decir, etimológicamente, el estudio del ser. Aquí la palabra es usada para dar a entender que la prueba ontológica, es decir, la prueba de su existencia reside en la duda y el cuestionamiento mismo de su existencia. En suma, no dar nada por hecho sino preguntarnos por qué existe y para qué existe.

 
 
 

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