Tumaco se nos volvió paisaje
- Camilo Villareal
- Nov 10, 2017
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Aquellos que me conocen saben que no soy religioso en lo más mínimo, pero ahora tengo novia y ella sí lo es. Así que, como buen novio que soy y en agradecimiento a las veces que me ha acompañado a ver la Filarmónica, la acompañé un domingo a su Iglesia. Naturalmente no estuve de acuerdo con todo lo que se dijo, quien predicaba prohibía escuchar música secular, tenía una extraña obsesión con MTV y veía que era el momento de radicalizarse. Era de esperarse que no estuviera de acuerdo, así como sería una gran sorpresa verme satisfecho con aquello que fue dicho en una conferencia del Centro Democrático. Pero hubo una frase que me quedó sonando mucho: Se nos volvió paisaje. Porque esas cuatro palabras me devolvieron a Tumaco, Nariño, donde nada ha sido suficiente para realmente llamar la atención de todo lo que ocurre.
La masacre en donde la fuerza pública mató a seis campesinos que estaban protestando la erradicación forzada y sin sustitución de sus cultivos no fue suficiente. Tampoco lo fue que la misma fuerza pública lanzará un tiro al aire para asustar a periodistas que querían saber qué estaba pasando de la comunidad. La muerte del líder social José Jair Cortés, a quien le dedico esta pieza con gran dolor, se une a la de cincuenta líderes sociales que han muerto en los últimos meses por su lucha incansable por la erradicación manual y consensuada, la defensa de su gente y territorio. Seis excombatientes de las Farc murieron también en zonas aledañas a Tumaco. Nada de eso ha sido suficiente para que las cámaras de los medios masivos de comunicación tornen su mirada hacía el territorio, ni para que se muevan por todas las redes sociales hashtags de indignación, ni siquiera es suficiente para que el Gobierno se vea obligado a dar respuestas reales.
Es así como cobran sentido todas las voces que decían en noviembre del año pasado: “Hable de post-Acuerdo, no de posconflicto.” Es ridículo que estemos hablando de violencia post-Acuerdo, ese era el punto de llegar a un Acuerdo con las dos guerrillas más viejas del continente. Dejar de lado la violencia por razones políticas. Evidentemente no es el final de todo, pero sí nos permite dar los primeros pasos hacia construir una democracia. Es que no hay elecciones justas y transparentes que puedan compensar el daño que hace callar a un sector político, como ocurrió con la Unión Patriótica en las años ochentas y noventas. Son heridas profundas que solo el final del conflicto armado podrán sanar, y no es posible sanar estas heridas si matan a los líderes comunales de zonas que históricamente han sido afectadas por el conflicto. Y es peor aún cuando sectores políticos simplemente se toman la libertad de desechar a movimientos y organizaciones de guerrilleros, o a periodistas de violadores de niños.
No es solo eso. Todo lo que ha ocurrido en Tumaco nos muestra cómo seguimos cometiendo los mismos errores que llevaron a que este conflicto se creara. Olvidamos al campo, dejamos solo a aquellos quienes quieren hacer el cambio de manera pacífica. Mientras acá debatimos acerca de si es cierto que el acuerdo va a volver homosexuales y travestís a nuestros hijos; en la región la fuerza pública, que es pública porque le sirve al público, mata a quienes quieren no morirse de hambre. Estamos desconectados de los sectores más alejados de nuestros ojos, a pesar de que con el internet la distancia ya no es una excusa para no pelear las batallas que se dan en las regiones. Parece como si aún viviéramos en la época de la Masacre de las Bananeras, donde la información toma semanas en llegar completa desde la región hasta la ciudad. Lo más triste es que, quienes nos hemos conectado, supimos todo apenas pasaba porque la gente en región está gritando.
Ojalá fuera racismo particular, o estigmatización de una comunidad como fue el caso de San José de Apartadó. No es nada particular a Tumaco, si lo fuera no hubieran matado a cincuenta líderes sociales desde el comienzo de la fase de implementación sin que el país se hubiera dado cuenta. Estamos apuntando fuera de la tasa. Los medios nos tiene hasta las narices con Odebrecht, a pesar de que los medios apoyan a los creadores de este desastre, e ignoran que sigue habiendo la más cruel destrucción en la Colombia profunda. Todavía hay quienes niegan que hay grupos neoparamilitares y bandas criminales sucesores del paramilitarismo, pero todo el país está mirando sin pausa a las FARC a ver que disidencias salen de ahí cuando hay tantos focos de violencia más grandes que ese. Y nos seguimos estigmatizando los unos a los otros, como si eso fuera sano para alguna democracia.
Es ridículo pensar de una violencia post-Acuerdo. No sería una idea nueva, pues después de La Violencia vino el Conflicto Armado Interno. Parecemos Ross, en la serie Friends, tratando de evitar decir que tuvimos tres divorcios antes de los treinta; solo que en este caso es evitando aceptar que hemos vivido en guerra civil por cerca de setenta años continuos. Por donde vamos nos estamos condenando a ver nuestro posconflicto frustrado en un simple post-Acuerdo. Si el Estado no toma las riendas de la situación y muestra firmeza en su compromiso de terminar la violencia política; si el Estado no reclama las armas como suyas y asegura el monopolio de la fuerza legal en la fuerza pública; si no se regula la fuerza pública para que le sirva al público: si Tumaco sigue siendo paisaje, como ha sido toda la Colombia profunda durante la historia, nos podemos ir olvidando de nuestro posconflicto.
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