Homenaje a las sombras
- María Paula Herrera
- Jan 9, 2018
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Edilberto Cantillo nació en Piedras Blancas. Su infancia se vio marcada por el olor a algodón y tierra húmeda de la mañana, los versos vallenatos del vecino los viernes por la tarde y su formación católica. Edilberto y sus hermanos no estudiaron en la escuela pública San Juan del Cesar, contrario a sus vecinos: sus padres aún en la época de la industrialización colombiana les prepararon para heredar las tierras familiares y no para desplazarse a la capital. Sin embargo el trabajo nunca fue un limitante para la imaginación de Edilberto, quien imaginaba que el cielo bajaba al Cesar cada junio y diciembre de cosechas de algodón. Edilberto y su hermano jugaban a saltar entre las nubes todos los días después de abonar las tierras e imaginaban que eran ángeles que venían a traer prosperidad. Su familia lo formó como un católico devoto de la virgen: cada lunes en la tarde él y su hermano se perfumaban para ir a catequesis y aprender un poco más sobre el cielo en la tierra.
Durante su crecimiento Edilberto se convirtió en un apasionado por la fertilidad del suelo y ya a los catorce años una hectárea de algodón era de su propiedad. Edilberto gozaba la posibilidad de tener su pedacito de cielo en el mundo y oraba todas las mañanas para poder ver la tierra florecer cada junio y diciembre. Durante cuatro años recibió sus producciones con paciencia y alegría hasta que un día llegó la violencia a Puerto Piedras, Cesar. Todo comenzó la mañana de un lunes, cuando Edilberto se preparaba para ir a enseñar catequesis en la iglesia de Santa María; ese lunes llegaron los “guerrillos” del ELN a fracturar la paz. Vinieron reclamando las “vacunas” en las pequeñas tiendas del pueblo. Desde ese 6 de octubre se acabaron los versos del vecino, el olor a tierra en la mañana y el algodón; esos recuerdos fueron reemplazados por el olor a sangre que regaba la tierra cada mañana en Puerto Piedras y las lágrimas de su madre a las 3 de la tarde cuando hacia el sagrado rosario por las almas en el purgatorio de los vecinos que no tuvieron para pagar las vacunas, al igual que su madre y sus hermanos Bartolomé y Prescencio un año después.
Cansado del dolor que regaba sus tierras cada mañana y desconsolado por haber descuidado su pedacito de cielo, Edilberto decidió abandonar las tierras de su familia y se desplazó hacia Copey, un pequeño pueblo donde se rumoraba, por lo que decían en la radio, que el ejército nacional había recuperado las tierras de los campesinos. A los 24 años Edilberto llegó a Copey con el único dinero que le restaba de sus ahorros y para su sorpresa se encontró con un ejército sangriento que por el contrario regaba la sangre de los cuerpos en los ríos y no las tierras de los vallenatos de la zona. En Copey las cabezas de los líderes comunitarios rodaban en la plaza que alguna vez recorrieron los fundadores de Valledupar, Cartagena, Bogotá y Bucaramanga. Las niñas eran violadas por los camuflados y las tiendas eran también vacunadas por el ejército nacional. En sangre escrito en la plaza se encontraban las palabras “Fuera guerrillos”. Edilberto estaba asustado y condolido por la situación, pero en vez de irse decidió permanecer y ayudar al pueblo también algodonero que se había tomado el infierno.
Edilberto y otros jóvenes se reunían clandestinamente para aprender a leer y escribir con los del ELN en una casita al lado de la escuela de la comunidad del Rejillo, algunas conversaciones sobre cómo rescatar las tierras salían de vez en cuando en las conversaciones; hasta la llegada de Floralba, quien se denominaba una trabajadora social del Incora. Edilberto y sus compañeros, quienes ya sabían leer y escribir, se ofrecieron para ayudarle a desarrollar sus proyectos para legalizar las tierras de las familias en Copey y junto al notario del pueblo lograron legalizar las tierras familiares. La paz era un gran proyecto y llegó a apasionar a Edilberto incluso aún más que el vallenato. Floralba y Edilberto se estaban enamorando y decidieron comenzar un cultivo de pancoger en Copey. Sin embargo un año después del matrimonio, Edilberto comenzó a tener pesadillas sobre sus cultivos de pancoger: cada noche él soñaba que en esas tierras regadas con la sangre del río no saldrían sino cosechas malas. Fue así como al comienzo del nuevo siglo sus pesadillas se convirtieron en realidad, la tierra sabía quién venía por ella y los cultivos comenzaron a dañarse a la llegada de los “paras”, quienes desataron la oleada de muertes en el inicio del nuevo siglo. Los primeros en morir fueron los trabajadores del Incora, entre ellos Floralba. Después de ella, sin discriminación alguna, cualquiera que lograse enojar a un paramilitar.
Ésta vez Edilberto no tuvo tiempo para el dolor, ni mucho menos para el duelo, con María Alba y José Manuel de apenas 5 y 6 años, el viudo Edilberto cargaba con la gran responsabilidad de evitarle a sus hijos el dolor que él vivió. Él sabía que la pérdida de su madre los iba a marcar de por vida pero no quería que ellos vivieran el futbol de cabezas y las masacres en la plaza donde crecieron jugando al trompo. Sin embargo no pudo evitar lo inevitable, actos nefastos sucedieron, los vecinos fueron colgados en árboles y ahorcados hasta la muerte, muchos de sus amigos quedaron discapacitados al jugar escondidas en el campo, Marta, la vecina, quedó sin piernas y no volvió a jugar con ellos al igual que Juanchito el hijo de Cecilia, la amiga de Floralba. La plaza se llenó de sangre seca y el recuerdo del olor de sangre en la tierra en sus hijos se volvió el recuerdo del olor a sangre en el pavimento de la plaza. No hubo tiempo para el dolor. Había que escapar de Copey, había que salir corriendo, pero las explosiones en las vías por la minería ilegal no permitieron que la familia de Edilberto pudiese escapar de las cabezas que rodaban por la plaza de los fundadores. Muchos vecinos vendieron sus casas y huyeron caminando por las montañas, otros niños y jóvenes fueron llevados a la fuerza por las FARC, los paramilitares o el ELN dos o tres años antes. Pero Edilberto y sus hijos permanecieron en medio de la masacre que terminó en 2006 cuando se desmovilizaron los paramilitares de la zona. Algunos de los vecinos retornaron para reclamar las tierras escrituradas por el Incora unos años antes y se encontraron con que estaban escrituradas a nombre de una empresa que explotaba piedra y hacía concreto. Angustiado por la gestión que realizó su esposa unos años atrás en compañía del notario, Edilberto formó una asociación para la restitución de tierras que no tardó en recibir amenazas por parte del banco gestionador de hipotecas y otros cuantos grupos armados. Nadie como Edilberto conocía la gestión que se realizó en esa casita cercana al colegio, razón por la cual él como nadie luchaba por los derechos a la tierra de los campesinos con los cuales aprendió a leer y escribir: comprendía la gravedad de la lucha por sus derechos, pues había visto la mitad de su vida cabezas rodando por la plaza de los fundadores, sin embargo cada día se levantaba a enfrentar esos miedos por los demás. Situación que lo llevó a la muerte el día 4 de Febrero del 2017.
Este escrito es un homenaje a los líderes sociales caídos. Este texto está basado en una historia real.
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