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El proceso de paz y la moral colombiana

  • Julián David Moreno
  • Feb 12, 2018
  • 3 min read

En Colombia estamos atravesando un momento crucial dentro de los sucesos históricos: un proceso de desarme y de integración política y civil de un grupo armado, las FARC-EP. Basta que se mencione esto para que los sectores de la opinión pública quieran alzar su voz y pronunciarse al respecto; mi objetivo aquí es, al menos eso pretendo, analizar algunos de los argumentos que se usan durante este tipo de debates. Las líneas argumentativas, por supuesto, que puedan ser abordadas lógicamente y que más controversia causan debido a los razonamientos morales que subyacen ahí.

A saber, los puntos evidentemente son dos: los que están a favor de los acuerdos firmados en La Habana y quienes se oponen a ello. En un primer momento nos encontramos con la afirmación siguiente: no podemos premiar la delincuencia dentro de nuestra sociedad puesto que esto incita a que los comportamientos así se reproduzcan mayormente. Así, pues, vemos que aquí lo que importa no es tanto el interés por el desarme; la idea de la justicia está representada por la serie de valores que la sociedad debe premiar o reconocer, es decir, las virtudes; mientras que debe condenar y rechazar los vicios. Ver que se les asignarán curules en el senado significa premiar los actos en contra de la ley, presuponen que la impunidad no cesará hasta que sean condenados o comparezcan ante la autoridad legal.

Ahora bien, por otro lado, un argumento que usan los sectores que están a favor de los acuerdos es que de esta manera se evitarán muchas más muertes. La dinámica de este discurso supone que es mejor evitar las muertes de más inocentes, esto es un hecho innegable. Sin embargo el argumento puede quedar corto, ¿pues a qué costo evitamos las muertes de aquellos que van y luchan en el frente de batalla? Aquí gana fuerza retórica la frase que reza: “paz sí pero no así”. La potencia del discurso elaborado por las facciones del NO reside en una ética de las virtudes, es decir: no es justo que la sociedad premie el vicio puesto que pierde sentido toda ley o moral cuya finalidad es la de formar ciudadanos responsables.

El problema central aquí es si realmente los acuerdos fueron justos, no obstante tal materia es amplia y extensa. La pregunta por la justicia es esencial para este momento particular de la historia. ¿Los colombianos quieren justicia punitiva o restaurativa? Los argumentos aquí pierden toda su templanza si recordamos que los acuerdos apuntan a una reparación de las víctimas tanto material como psicológicamente. Los vacíos legales y la implementación de los puntos discutidos en La Habana son tema aparte. Aquí las diferentes concepciones juegan un papel fundamental dentro de los juicios de valor que pueden emitir las personas, si se debe dar cárcel o si deben reponer a las víctimas es un pormenor; los razonamientos morales son más trascendentales para entender qué es lo que se debe hacer.

Si anteponemos la vida de las personas a lo demás perderíamos la profundidad del tema, aunque tampoco podemos decir que el problema se reduzca al debate sobre qué debemos hacer con la criminalidad en Colombia. Lo interesante en la opinión pública es que es moralista, condena la criminalidad de las FARC-EP pero ignora que dentro del aparato estatal la violencia estructural sigue oprimiendo a cierto tipo de población; ¿o acaso es menos importante la desigualdad social que abunda en todos lados? Condenan que se premie este comportamiento agresivo y violento organizando ataques en contra de los cabecillas de estos grupos, pero ¿no es eso igual de condenable?

En suma, lo elemental de todo esto es entender que más allá de toda posición o actitud que se tome los razonamientos morales que dirigen las actitudes son formas de entender el deber ser que promueve una sociedad. Pero más allá de esto es evidente que no debemos caer en moralismos vacíos que sólo nos repiten como incesantes espejos la violencia estructural que Colombia soporta desde hace años. Las preguntas siguen abiertas y el hecho de que la FARC [Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común] haya detenido su campaña electoral es muestra del profundo rechazo que tiene la población que está en desacuerdo. Pierde el ejercicio de la democracia y gana la violencia, sin importar las razones; así, pues, vemos que la funcionalidad del miedo sigue siendo un claro argumento motivacional para ciertas fuerzas políticas. Agotarán las formas de la violencia mientras condenan la impunidad, imagino que es fácil condenar al otro y no evaluar el comportamiento que se toma cuando se hace; bastaría esto para que pierda fuerza toda su capacidad discursiva, sin embargo vemos que no es así. Hecho lamentable para la construcción de una paz real.

 
 
 

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